Ramón Rodríguez

San Blas, Valencia

Ramón, de 69 años, llega temprano para recibir su almuerzo los sábados. Ese día, bollito con mortadela.

Una comida, que para muchos como él, es el alivio de dos días seguidos con el estómago vacío. 

Con sus piernas hinchadas por su tobillo lesionado y problemas de circulación, Ramón se sienta a compartir en la mesa del comedor San Blas.

Tiene cinco hijos, la mayoría fuera del país. No ha visto a ninguno desde el momento que ellos decidieron irse de Venezuela, hace más de 5 años.

Una situación incómoda con su mujer hizo que él perdiera su casa y se quedara sin nada.

“Vendió mis tres motos. Yo tenía hasta televisor cuatro pulgadas, ahora no tengo nada”
Ramón Rodríguez

Ramón, dijo que algunas veces se acuesta en la acera al frente del comedor. Sin embargo, conocidos aseguraron que muchas veces lo encuentran frente al Hotel Romy, en Valencia, pasando la noche. 

Aquella tarde en un plato deanime el señor Ramón escribió el número de teléfono de sus hijos, los cuales se sabe de memoria.

“Estos son los teléfonos de mis hijos en Chile y Estados Unidos, a ver si me los pueden contactar…”, nos dijo.

¿Qué es lo que les quisiese decir?

La tristeza embargó su rostro.

“Quiero que me saquen de aquí”

Tratamos de llamar a Jhonny, su hijo que vive en Chile hace siete años. No atendió.

"Repica pero no contesta", dice Ramón acostumbrado a la situación.

A pesar de ello, su memoria está intacta y con orgullo cuenta las historias de su familia.

Ramón dice que tiene un nieto jugando en la selección de Chile y que su hijo trabaja las 24 horas del día.

Dice que la única información que él llega a recibir de sus familiares es a través de su exesposa.

"Yo nunca pensé que iba a llegar a esta situación"

Una llamada inesperada

Horas después, su hijo Johnny regresó la llamada.

Ramón le contó a su hijo por primera vez la grave situación en la que se encuentra su salud, pero nunca mencionó el hecho de que estaba viviendo en la calle...

Una llamada, aunque corta y con poca retroalimentación, fue suficiente para al menos devolver la sonrisa al rostro de Ramón.

“No saben lo que han hecho por mí”, decía entre lágrimas.

Luego salió con su bolso, y cojeando, se desvaneció entre las calles de San Blas.